Algo tiene la oscuridad, cualquier cosa que sea, le da miedo a casi todos los niños y permanece en muchos adultos. Tal vez porque tenemos implantada la falsa creencia que es en la oscuridad donde residen el diablo y los demonios, esos símbolos inventados por la religión para representar a lo que llaman lo maligno, lo que se opone a Dios. Hoy sé que no existe un anti-dios, una entidad eterna, tan poderosa como él mismo, capaz de ponerle zancadillas y de convertir en bizarras sus intenciones amorosas. Lo que esas falsas creencias llaman maldad es solo ignorancia temporal necesaria para conducir la mente al encuentro y la comprensión de su opuesto, la sabiduría, las certezas y verdades sobre como decidir y actuar para encontrar siempre armonía en nuestra vida. Ignorancia temporal necesaria para generar sufrimiento, cuya experiencia induce a la mente -que anhela encontrar la felicidad- a buscar sus causas para impedir que se repita su manifestación. De esta manera reflexiona sobre las decisiones, acciones y conductas que provocaron ese resultado indeseado y encuentra que las causas siempre están implantadas en la propia mente: en falsas creencias que creíamos verdaderas; en falsas conductas, acidas, reactivas, animales, pasionales, competitivas, egoístas, codiciosas, controladoras y posesivas que siempre generan conflicto; en sentimientos negativos, verguenzas y culpas enquistadas, en estados de apatía, tristeza, miedo, rabia, orgullo, odio y rencor que oscurecen la vida. Al localizar y tomar consciencia de esas causas podemos trascenderlas, reemplazarlas por las verdades que ocultan y que surgen en nuestro interior como resultado de la comprensión. Así desarrollamos virtudes, dones y habilidades que producen la evolución de nuestra consciencia y la manifestación de salud, abundancia, buena compañía y felicidad en nuestras vidas.
Sin embargo la oscuridad era para todos los que decidimos entrar en ella durante 12 días, el lugar de los miedos, la expresión de la inseguridad propia y de la desconfianza hacia lo misterioso y lo desconocido. También se asocia la oscuridad a la propia muerte, a la falsa creencia que la vida termina quedando solo una nada profundamente oscura y vacía. Por supuesto que todas esas asociaciones crean miedo. Y el miedo crea el estrés que activa los mecanismos defensivos que reprimen todo sentimiento, pensamiento o idea asociada con lo que se teme, lo que su vez activa la generación de adrenalina, noradrenalina y cortisol, que preparan instintivamente al cuerpo físico para huir del peligro inminente y si no puede huir, entonces le suministran la energía vital para atacar. Es decir el miedo acelera, intranquiliza e impide la paz interior.
Debido a esa inseguridad que produce lo desconocido varios de nuestros compañeros se negaron a la posibilidad de contactar con entidades en el otro lado del velo, a pesar que varios tuvieron sueños lúcidos con familiares muertos y que varios vieron un indígena en la sala, bajito de pelo largo con un collar con esferas alrededor del cuello. No logramos establecer comunicación con él, tal vez porque parte del grupo se oponía a que contactáramos desencarnados, parecía que el pensamiento que estaban muertos, que eran fantasmas les generaba un intenso miedo o un profundo respeto. Realmente no querían comunicarse con entidades de la dimensión astral de la realidad. El miedo a los “fantasmas” que habitan en el inconsciente que llamamos astral bajo, almas desencarnadas obsesionadas con la vida que abandonaron o las pasiones que dejaron atrás, revela la incapacidad para enfrentar y trascender lo que tememos.
Al principio nos sentíamos más seguros completamente tapados con la manta de la cama, que con la cabeza al descubierto, sin buscar percibir lo que había afuera, pero poco a poco fuimos trascendiendo los miedos hasta que logramos hacernos amigos de la oscuridad, convertirla en nuestra maestra. Los tiempos acordados para mantener silencio obligatoriamente fueron creciendo, induciendo una mayor interiorización e introspección, todos nos dedicamos a la auto-observación y a evaluar imparcialmente lo vivido, a reflexionar sobre los errores cometidos y a hacer conscientes las comprensiones encontradas. Los mecanismos de defensa y auto justificación no operan como en la vida cotidiana. La ausencia de información visual simplifica los procesos mentales, libera capacidad cerebral y mental que se utiliza en aumentar la percepción de las realidades y dimensiones paralelas, en recibir una gran cantidad de intuiciones y claridades sobre lo que se debe hacer con la propia vida. Se ven claramente las limitaciones mentales y se reconocen las conductas auto destructivas y los apegos que muchas veces disfrazamos como relaciones de amor y de compañía espiritual. La oscuridad y el silencio facilitan esos procesos y también logran que surjan y se manifiesten los miedos más profundos para probarnos precisamente cuando no podíamos hablar y buscar el consuelo de quienes nos rodeaban. Una de nuestras compañeras siente que algo la pica en un dedo -se descubrió después cuando el personal de limpieza entró a la sala que había sido una hormiga- sin embargo en su silencio angustioso imagina que fue una araña venenosa o algún peligroso insecto que la iba a obligar a abandonar el retiro. Al escuchar su llanto le explique rápidamente que no había ningún insecto venenoso que pudiera haberla picado. Recuperado el silencio toma control de si misma y se tranquiliza luego de haber llorado un buen rato, saca fuerzas de su interior y se sobrepone. Luego nos comentó que todo el incidente y su capacidad para vencerlo, aumentó enormemente su auto estima y su seguridad interior, se convenció que podría sobrellevar cualquier reto que la vida le pusiera por delante.
Muy seguramente los cantos mantricos dirigidos por Bharati con su pequeño acordeón hindú ayudaron a ir elevando la frecuencia vibratoria y a generar un estado de serenidad, confianza y paz interior. Hubo uno que se volvió parte del día a día, terminamos cantándolo a lo latino, a tres y cuatro voces, con ecos y repeticiones inesperadas, se volvió algo que provocaba gozo y elevaba nuestra energía vital. De esta manera llegamos a sentirnos a gusto en la oscuridad a apreciar la sencillez y la intimidad que produce, hoy incluso a todos nos hace falta.
La sensibilidad se fue incrementando a medida que pasaba el tiempo, el llanto surgía fácilmente, la espiritualidad intensificaba la manifestación de su reino en el espacio y en las mentes de todo el grupo. Nos integramos al todo experimentando una extraordinaria expansión en los limites de la mente individual y un sublime estado de agradecimiento por la auto-consciencia y por todo lo recibido de la fuente inagotable. La simplificación de la información que recibía la mente y la creciente presencia del DMT, facilitaron la meditación trascendental. Yo nunca había tenido la mente en blanco durante tanto tiempo continuo, solo necesitaba concentrarme en el constante palpitar del Om para que el proceso de abstracción de la realidad se intensificara. El no-pensamiento nos permitió disfrutar -durante un tiempo inconcebiblemente largo- del Ser. Y lo más extraordinario era que gracias a la absoluta oscuridad sin distracciones, podíamos meditar con los ojos abiertos.